Servir a nuestro Dios sin
adorarle es un obrar que, según las Escrituras, no tiene valor ni sentido
delante de Él. Si bien buscamos honrarlo cuando le servimos, podemos hacer que
nuestra ofrenda pierda su aroma fragante si lo hacemos con un sentir
desenfocado y distante de su persona. Muchas veces, disponemos el cuerpo y la
mente para una obra, pero nuestro corazón está frío e indiferente al Dios dueño
y soberano de esa obra.
El servicio y la adoración son
frutos de vida nueva que van de la mano; crecen uno junto con el otro. Además,
son el eje de la vida cristiana y aspectos prioritarios de una vida
espiritualmente madura.
A modo de ilustración, miremos la
vida de Marta y de María, las hermanas de Lázaro. Ambas fueron dos mujeres
extraordinarias que amaron al Señor Jesús. En Mateo 21:17-18 vemos que Jesús
había hecho de la casa de estos hermanos de Betania un hogar donde podía
reposar tranquilo. Tanto ellas como Lázaro eran amigos cercanos e íntimos de
nuestro Señor (Juan 11:5).
En Lucas 10:40-41 vemos a Marta
como una mujer a quien le importaba el servicio y el orden en su hogar al punto
de preocuparse en gran manera por eso. Probablemente, ella era la mayor, ya que
es quien recibe a Jesús en el hogar (Lucas 10:38). Es posible, además, que no
haya sido solo a Jesús a quien recibió, sino también a los discípulos que
estaban con él. Con esto, podemos llegar a pensar que Marta, como hermana mayor
y encargada de la casa, se sentía atareada por el hecho de tener que servir y
agasajar a una docena o más de invitados. Por causa de este sentir en Marta,
ella se enojó con su hermana y se quejó porque no la estaba ayudando. Es más,
le pidió al Señor que intervenga y que le exija a María que sirviera junto con
ella. ¿Por qué Jesús no consintió la demanda de Marta? Su respuesta en el v. 42
(Lucas 10:42) es clara; Jesús le hizo entender que en su fervor por un servicio
excelente había descuidado al visitante, y que, a su vez, en su afán y ansiedad
le había dado lugar a la queja. Marta no pudo ver, como muchas de nosotras a
veces, que había contaminado una ofrenda tan bella como el servir a su Señor y
a otros con orgullo y egocentrismo. A pesar de su proceder errante, el Señor
Jesús no la condenó, sino que le marcó prioridades; le habló con un tono correctivo
pero paternal. En su respuesta, Jesús emitió un diagnóstico para Marta y se lo
dio a conocer: su alma estaba afanada y turbada. Sin embargo, junto a esta
corrección, Jesús le señaló la salida: tranquilidad en su ser para escucharlo
con el corazón.
Creo que muchas podemos sentirnos
identificadas con Marta, ¿verdad? Seguro hemos pasado por aquella situación en
la que gente querida viene a comer a casa y lo que más queremos es que todo
esté en orden y que se sientan cómodos. Sin embargo, suele suceder que perdemos
de vista la importancia de compartir tiempo y conversaciones de calidad con los
invitados cuando nos enfocamos demasiado en los quehaceres y la organización.
Suelo decirme a mí misma, “Señor, tengo que servir a los demás como si fuera
para vos, como si estuvieras vos en mi mesa”. ¿Tenemos siempre un corazón
enfocado en nuestro Dios cuando servimos a la iglesia? ¿O la actividad en sí
misma se lleva toda nuestra atención?
Por otro lado, podemos ver a
María como una mujer más contemplativa y apacible que su hermana. Cuando el
Señor Jesús entró en su hogar, ella se sentó a sus pies para escuchar de cerca y
con atención sus enseñanzas (Lucas 10:39). María había escogido priorizar la
visita del Señor y dedicarle toda su atención a él. A esta actitud de adoración,
Jesús la describió como “la buena parte; la que no le sería quitada” (Lucas 10:42).
En un momento posterior a esta
visita, María tuvo un acto de adoración hacia Jesús extraordinario para aquella
época. Ambas hermanas sabían que Jesús iba a morir porque, por causa de la
resurrección de Lázaro, los líderes judíos tenían una razón más para matarlo.
Entonces, María ungió al Señor para su sepultura (Juan 12:3). Ella mostró su
corazón al Señor cuando le dio aquel gran tesoro y, aunque los demás allí
consideraron el derramamiento del perfume un desperdicio, Jesús exaltó su
nombre porque se agradó de esta maravillosa expresión de adoración (Mateo
26:13).
Mujeres amadas del Señor, miremos
cómo ordenamos nuestras prioridades y cómo administramos nuestro tiempo porque
conocer bien a nuestro Dios es lo que nos permite ser eficientes en el
servicio. Vivimos en un mundo donde todo va muy rápido y se demanda inmediatez
en todo lo que hacemos. Por lo tanto, sentarnos a conocer a nuestro Dios
mediante su Palabra y servirle con un corazón enfocado y apacible requiere
esfuerzo. Son decisiones que debemos tomar todos los días porque en cada uno de
ellos vamos a tener situaciones que nos distraigan o nos mantengan atareadas.
Tenemos que apartar tiempo para estar con nuestro Padre celestial de manera
intencional.
También recordemos que nuestra adoración a Dios debe ser cultivada de manera personal porque no solo adoramos cuando estamos en un culto dominical. Sentarnos a conocer a Dios en lo individual es un momento para también adorarlo. Cristo exaltó la adoración como “la mejor parte”. Hermanas, en momentos donde estemos muy atareadas y nos veamos arrasadas por la actividad, recordemos que el servicio a Dios debe llevarse adelante con un corazón que prioriza contemplarlo a sus pies, escuchar su Palabra con atención y adorarlo por sobre todo.
Escrito por Velia Di Benedetto
Muchas gracias❤
ResponderEliminar♥♥
Eliminargracias!
ResponderEliminar♥♥
EliminarMuy hermoso ! me fue de mucha bendición
ResponderEliminarGracias! Gloria a Dios!
EliminarGracias!. De gran bendición la reflexión.
ResponderEliminar¡¡Nos alegramos!! Gloria a Dios
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