La comida es un área básica y esencial en la vida de todo ser vivo, ¿verdad? Los animales buscan con diligencia el alimento de cada día, e incluso hay algunos que almacenan según la estación del año. Luego están las plantas, las cuales fabrican su propio alimento a través de un proceso llamado fotosíntesis. La creación de Dios y su funcionamiento jamás deja de sorprendernos, ¿no? De más está decir que en este grupo de seres vivos también entramos nosotros, los seres humanos, quienes concebimos la comida no solo como una necesidad básica, sino también como un gran placer, una gran industria y un gran mercado. Para el ser humano la comida siempre ha sido mucho más que un medio para nutrir el cuerpo y seguir viviendo. Es más, lamentablemente, la comida no es un área tan simple en nuestra vida.
A través de las Escrituras podemos ver una gran variedad de situaciones en las que los alimentos han sido tanto un recurso para bendecir como para terminar pecando contra Dios. Por un lado, podemos pensar en Jesús cuando provee alimentos a una gran multitud en Juan 6; también, cuando abastece el hogar de la mujer samaritana en Juan 4; o cuando se reúne a comer con “pecadores” a fin de anunciar el reino de Dios, como leemos en Mateo 9:9-13. Por otro lado, vayamos a Génesis 3:6, donde Eva comió no por necesidad sino por codicia; veamos escenarios como el de Sodoma en Ezequiel 16:49, en donde Dios reprende la glotonería de los habitantes de esa ciudad; o cenas entre hermanos, como la celebración de la Santa Cena en 2 Corintios 11:27-34, donde Pablo amonesta a la congregación porque comía pecando contra Dios por su egoísmo y avaricia.
Situaciones como las que mencioné deberían llevarnos a ver cómo es que el ser humano, por causa de su naturaleza pecaminosa, puede convertir un recurso que Dios provee para sostener nuestras vidas, para bendecir a otros y para darle gloria en un medio para pecar contra Él y contra los demás. Aunque bien dicen las Escrituras que “todo lo que Dios creó es bueno, y nada es de desecharse, si se toma con acción de gracias” (1 Timoteo 4:4 Reina-Valera 1960), con tristeza reconozco que somos capaces de corromper el verdadero propósito de los alimentos. Cabe aclarar que aquel pasaje se refiere a la comida; son palabras de Pablo al joven Timoteo, las cuales le escribió cuando la iglesia en Éfeso estaba en desacuerdo en cuanto a la ingesta y la abstención de algunos alimentos.
¿Alguna vez aborreciste en tu corazón lo que estabas
por comer? ¿Y después de haber comido? O por el contrario, ¿alguna vez desearon
tus ojos la comida más que tu estómago? ¿Te encontraste comiendo de forma
compulsiva y desmedida, o tan solo para compensar un mal momento con algo
placentero? ¿Abusaste de alguna indicación médica en cuanto a abstenerte de
ciertos alimentos? Es decir, ¿usaste eso como excusa para restringirte aún más
y más? Son preguntas que incomodan y confrontan, lo sé, pero también son
necesarias para que, con un corazón humilde delante de Dios, tomemos conciencia
de nuestra pecaminosa forma de comer, si es que ahora o alguna vez te
encontraste en alguna de aquellas situaciones. Así, esto me lleva a presentarte
el estudio que quiero compartir con vos en esta oportunidad: 1 Timoteo
4:1-9.
El contexto
Pablo comienza la carta a Timoteo afirmándole el motivo por el cual le había pedido que se quedara en Éfeso: para asegurarse que se enseñe la verdad. Así, del capítulo 1 al 3, Pablo da una serie de instrucciones para que la congregación en Éfeso sepa cómo dirigirse en la casa de Dios (1 Timoteo 3:15) en cuanto a la enseñanza y oración (capítulos 1 y 2), el comportamiento tanto de los hombres como de las mujeres (capítulo 2) y el liderazgo de la iglesia (capítulo 3).
En el capítulo 4, Pablo utiliza la conjunción “pero” (según la versión de Reina-Valera 1960) para introducir una idea que contrasta con lo dicho anteriormente:
Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios (1 Timoteo 4:1, énfasis añadido).
Tiene sentido concluir que si “algunos apostatarán de la fe”, es porque en algún momento proclamaron la verdad. El apóstol retoma el propósito principal de la carta: la importancia de predicar la doctrina correcta. Luego explica cómo es que se daría tal apostasía: al escuchar engaños y doctrinas que son contrarias a la Palabra de Dios. Luego, en el v. 2, Pablo anuncia cómo es que estas personas que alguna vez hablaron la verdad llegarían a apostatar de la fe:
(...) por la hipocresía de mentirosos que, teniendo cauterizada la conciencia, prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de alimentos que Dios creó para que con acción de gracias participasen de ellos los creyentes y los que han conocido la verdad (vv. 2 y 3, énfasis añadido).
La causa para terminar negando la verdad es detenerse a escuchar y, eventualmente, creer mentiras provenientes de personas con la conciencia cauterizada; es decir, sin sensibilidad alguna en ella.1 Habiendo dicho esto, me pregunto y te pregunto, ¿qué tipo de afirmaciones contrarias a la palabra de Dios solés detenerte a escuchar y terminás creyendo? Si identificás que son mentiras que nada tienen que ver con la verdad de Dios, ¿por qué las abrazás? Permitime decirte que el motor que nos impulsa a practicar tal contradicción está directamente relacionado con la idolatría; hay algo o alguien más ocupando el trono del Señor en nuestra vida.
¿Accionar o abstenerse?
Como podemos ver, en el v. 3 Pablo nombra argumentos contrarios a la fe en Cristo: prohibir el matrimonio y mandar a abstenerse de alimentos que Dios creó y dio como buenos. Estos argumentos no surgen de la nada, sino que son distorsiones de la verdad de Dios, ya que las Escrituras tienen en alta estima tanto la soltería como el ayuno. Sea que esto se haya propagado como requisito para la salvación o para ganarse el favor de Dios, quienes lo hayan hecho perdieron de vista que no hay práctica o abstinencia que en sí misma pueda salvarnos o santificarnos. La salvación es en Cristo y por su obra de vida, muerte y resurrección; la santificación es por obedecer y guardar la Palabra de Dios, la cual lava el pecado en nosotras (Efesios 5:26, Tito 3:5, Salmo 119:9, entre otros).
Bien sabemos que Dios en su Palabra dejó mandatos para
accionar y otros para abstenernos de ciertas prácticas, pero la línea fina está
en hacer de las acciones y de la abstinencia un fín en sí mismo que nada tiene
que ver con nuestra santificación y la gloria a Dios. Lo que sea que vivamos y
lo que sea a lo que muramos debe ser para Aquel que murió y resucitó por
nosotras (2 Corintios 5:15, Romanos 14:8). Es decir que cualquier obrar o
abstinencia que practiquemos sin fundamento bíblico y sin la intención de
glorificar a Cristo es vanagloria y pecado delante de Dios. Una vez más queda
al descubierto nuestra idolatría. ¿Qué o quién es tan preciado para nosotras
que por su causa estamos dispuestas a pecar contra nuestro Dios?
La comida según Dios
En la segunda parte del v. 3, Pablo se enfoca en la ingesta de alimentos:
para que con acción de gracias participasen de ellos los creyentes y los que han conocido la verdad (v. 3b)
El apóstol afirma que el fin de los alimentos es participar de ellos; es decir, ingerirlos. Dios nos creó con estómago y apetito; no nos manda a comer porque eso ya es parte de nuestra naturaleza. Lo que Él en su sabiduría y piedad hace por nosotros es regular nuestra forma de comer. Desaprueba si ayunamos para que otros noten que estamos ayunando (Mateo 6:16;18), así como desaprueba la glotonería (Proverbios 23:21 y 28:7, Deuteronomio 21:20). Aunque te resulte repetitivo, reitero: es pecaminoso delante de Dios cualquier tipo de ayuno o disfrute en relación con la comida que, a la luz de las Escrituras, no glorifique a Dios.
Pablo también agrega una manera en particular de participar de los alimentos: siendo agradecidos. Apunta al hecho de que los creyentes, los conocedores de la verdad, son quienes deben comer lo que Dios creó con acción de gracias. Es cierto que Dios en su misericordia da de comer a justos e injustos hasta el día de hoy; sin embargo, somos los cristianos quienes podemos ver la comida como Dios la ve, como su provisión para sustentar nuestras vidas.
Ahora sí, el versículo que mencioné al principio:
Porque todo lo que Dios creó es bueno, y nada es de desecharse, si se toma con acción de gracias (v. 4).
Sí, “todo” quiere decir todo y “nada” quiere decir nada. Todo alimento es bueno para comer; ninguno debe desecharse. En otras palabras, no hay alimentos que puedan considerarse buenos o malos en sí mismos para ingerir delante de Dios. Claramente hay excepciones si ciertos alimentos dañan nuestra salud o nos ponen en peligro de muerte, tal como sucede si padecemos alguna alergia o enfermedad que sí o sí requiere que nos abstengamos de ciertas comidas. El punto de Pablo con aquella afirmación es que en Cristo no hay más distinción entre alimentos puros o impuros. Jesús mismo habló de esto para que el pueblo judío dejara de darle a los alimentos una connotación que no tenían; delante de Dios todos los alimentos son limpios (Marcos 7:18;19).
… porque por la palabra de Dios y por la oración es santificado.
Los alimentos no son benditos en sí mismos, sino que
Dios los bendice a través de nuestra oración, en la cual agradecemos por lo que
estamos por comer. Si no recibimos los alimentos de cada día de tal manera, no
estamos comiendo como Dios nos manda que comamos, lo cual es entendiendo que la
comida es:
- Algo bueno y agradable para nosotras. Lo que Pablo afirma en el v. 4
de 1 Timoteo 4 lo dice primeramente Dios en Génesis, “[y] Jehová Dios hizo
nacer de la tierra todo árbol delicioso
a la vista, y bueno para comer” (Génesis 2:9a, énfasis añadido).
- Un medio de bendición. Como mencioné al principio,
podemos pensar en nuestro Señor bendiciendo a otros con alimentos o
juntándose a cenar para bendecir con la Palabra de Dios. También, podemos
pensar en los redimidos celebrando las bodas del Cordero con un gran
banquete (Mateo 22:1; 14, Apocalipsis 19:9).
- Un área más de nuestra vida que debe ser para
Dios. Si decimos
que vivimos para Cristo, nuestra voluntad para hacer cada actividad del
día, por más sencilla que sea, debe estar inclinada a buscar Su gloria.
Comer y beber no son acciones que quedan exceptuadas de este mandato. Por
el contrario, las Escrituras enfatizan que aun hábitos tan básicos como
aquellos deben ser para dar gloria a Cristo porque a Él le servimos
(Colosenses 3:23;24, 1 Corintios 10:31, 2 Corintios 5:15).
Ante todo, nutridas con la verdad
Por último, para contrastar con los apóstatas del v. 1 de 1 Timoteo 4, Pablo afirma:
Si esto enseñas a los hermanos, serás buen ministro de Jesucristo, nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina que has seguido. Desecha las fábulas profanas y de viejas. Ejercítate para la piedad; porque el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera (vv. 7 y 8, énfasis añadido).
Cuando los creyentes enseñamos las verdades de los v. 4 y 5 a los hermanos, somos buenos ministros de Cristo. Es decir, que enseñamos lo que está bien porque enseñamos la verdad de nuestro Dios en Cristo Jesús. Luego, cabe destacar cómo Pablo utiliza la palabra “nutrido” para recordarle a Timoteo la fe y la enseñanza con la que fue “alimentado” y “fortalecido” desde niño (2 Timoteo 3:15). Las palabras de Pablo no eran algo nuevo que aprender para Timoteo; él ya sabía de lo que el apóstol le estaba hablando.
En el v. 7 encontramos un mandato que se complementa con el mandato principal de la carta acerca de perseverar en la doctrina correcta. En lo que respecta a la palabra “desecha”, hace referencia a rechazar o no considerar las enseñanzas falsas. En cuanto a “ejercítate”, la palabra denota prepararse con disciplina y entrenamiento, lo cual implica esfuerzo y sacrificio diario. El propósito: vivir piadosamente, lo cual es a lo que Dios nos llamó (Tito 2:11-12). A continuación, en el v. 8 se nos explica que ejercitarnos para ser piadosos beneficia la totalidad de nuestro cuerpo: el físico, la mente y el alma, lo cual conlleva un beneficio para esta vida y la eterna. Sin embargo, ejercitar solo el cuerpo tiene beneficios limitados porque son solo para el físico y no exceden esta vida en la Tierra.
Estos últimos versículos me llevan a pensar no solo en las intenciones que hay detrás de ingerir cada comida y detrás de cada decisión de abstinencia, sino también qué intenciones hay cuando ejercitamos el cuerpo o cuando ni nos preocupa hacerlo. Si ejercito mi cuerpo, ¿qué busco realmente? ¿Cuál es el motor de mi motivación? Si ni pienso en ejercitarlo, ¿eso se traduce como ausencia de vanagloria o como falta de cuidado al cuerpo que Dios me dio y sostiene por gracia día tras día? ¿Dedico más tiempo a planificar cómo cuidar mi físico que a cómo esforzarme y disciplinarme para llevar una vida más piadosa? Tal como expuse al principio, la motivación es lo que inclina nuestra voluntad hacia el pecado o hacia la gloria a Dios. Con motivaciones bíblicas y limpias de orgullo y vanagloria, comer, abstenernos de comidas, ejercitar el cuerpo y ejercitar la piedad pueden ser acciones que glorifiquen a Dios y, en consecuencia, que sean para nuestro bien.
Ayuda práctica
Querida hermana y amiga, para finalizar, quiero dejarte algunos consejos prácticos:
- Examinate con las Escrituras. A la luz del pasaje que acabamos de estudiar, ¿ves algún comportamiento en tu día a día contrario a lo que enseña la palabra de Dios? Compará tus hábitos y actitudes hacia la comida con las Escrituras (p. ej.: 1 Timoteo 4:4; 1 Corintios 10:31, 2 Corintios 5:15, 1 Corintios 6:19-20) para ver si hay desorden o pecado en esta área.
- Lleva tus pecados a Dios en oración. Sé honesta delante de Dios. Todo lo que no quieras reconocer o te esfuerces por ocultar, Dios ya lo sabe. La sabiduría no está en hacer de cuenta que “el asunto no es tan grave”, sino en la reverencia para con Dios (Proverbios 1:7) y en la humillación (Salmos 119:71). Solo al confesar nuestros pecados y al apartarnos de ellos hallaremos misericordia (Proverbios 28:13, Salmos 32:5).
- Pedí ayuda: Sí, es importante que pidas ayuda porque todas tendemos a querer tener el control, lo cual es tan solo una excusa para no exteriorizar lo que nos pasa por dentro. Joven soltera, buscá una mujer en tu iglesia local, sierva de Cristo, con la que puedas hablar de estos temas. Esta mujer puede ser tu mamá, tu mejor amiga o, quizás, una joven o anciana que está dispuesta a acompañarte y velar por vos en oración (Santiago 5:16, Colosenses 3:16). Las casadas, hablen con sus esposos. Nuestro esposo debe estar al tanto de nuestras luchas diarias y, especialmente, de las áreas en las que tendemos a pecar contra Dios. Así, él podrá cuidarte, advertirte, acompañarte e instruirte con las Escrituras de una forma más eficaz.
- Construí nuevos hábitos.
a. Velá por tu santidad en esta área
diariamente en oración y recordándote la Palabra de Dios. P. ej.: agradecé al
Señor por los alimentos no solo antes de comer sino también después. Recordá
las palabras de Pablo en 1 Timoteo 4:4;5, no desechamos lo que recibimos del
Señor con acción de gracias porque por Su Palabra y por la oración Dios lo
santifica. Tiene que pesarnos en la conciencia delante de Dios si aborrecemos o
idolatramos lo que estamos por comer o lo que ya comimos. Servimos y adoramos
al Dios que nos provee los alimentos y no a los alimentos en sí mismos.
b. Si tenés planes para comer con
amigos o familia, orá por ese tiempo antes. Llevá tus ansiedades a los pies de
la cruz y pedile a Cristo que te ayude a darle gloria en todo lo que elijas
comer y no comer en esa reunión; que te ayude tanto a disfrutar como a tener
dominio propio. Él es un Dios cercano que puede compadecerse de nuestras
debilidades (Hebreos 4:15) y quien siempre es nuestro pronto auxilio (Salmos
46:1).
c. Rendí cuentas a esa persona con la que hablás sobre tus actitudes pecaminosas con la comida. Pedile que te pregunte cómo va todo con cierta regularidad y, cuando lo haga, sé honesta en cada detalle. También, sería bueno que puedas escribirle esos días en los que te sientas más vulnerable para que te acompañe en oración. No luches sola, sino ¿quién te extenderá una mano cuando caigas? ¿O quién podrá confrontarte con la verdad de Dios cuando estés errada? (Eclesiastés 4:9;12).
Escrito por Cecilia Moré.
Gracias amiga por el estudio que hiciste. Es de mucha bendición. Dios te siga usando para su gloria
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