No importa cuántos años tengas en la fe; tampoco si sos joven o
anciana. Si sos creyente, vas a necesitar personas piadosas que te lleven a ser
más parecida a Cristo. No hablo solamente del pastor o de los líderes que
exponen la palabra el fin de semana, sino también de hermanas que puedan ministrar tu corazón enseñándote con la palabra
y con su vida ejemplar.
Pablo le escribe a Tito: “Asimismo, las ancianas
deben ser reverentes en su conducta
[…] que enseñen lo bueno, que enseñen a las jóvenes a que amen a sus maridos, a
que amen a sus hijos, a ser prudentes,
puras, hacendosas en el hogar, amables, sujetas a sus maridos, para que la
palabra de Dios no sea blasfemada” (Tito 2:3-5 versión LBLA).
El modelo que nos presenta Tito 2 es el de ser
reverentes en la conducta; es
decir, vivir una vida que agrade y honre a Dios para instruir a las jóvenes con
el ejemplo y, en consecuencia, para que la palabra de Dios no sea deshonrada.
Si bien este pasaje apunta a que las ancianas deben enseñar a las más jóvenes
(y este es el mejor patrón a seguir), las más jóvenes también pueden ser
ejemplos para otras creyentes.
Pablo le escribe
a Timoteo: “No permitas que nadie menosprecie tu
juventud; antes, sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, fe y pureza”
(1 Timoteo 4:12).
¿Cómo podemos poner en práctica este ministerio
de enseñar y ser de ejemplo para otras? Uno de los medios de gracia que Dios
nos regaló para el crecimiento espiritual de la iglesia es el discipulado. ¿Qué significa esto? Empecemos por definir qué es ser un
discípulo.
La palabra traducida como “discípulo” en el
Nuevo testamento (en griego Mathētēs)
se puede definir como estudiante o aprendiz, alguien que aprende de la vida de
su maestro. Ser discípulo de Cristo es por lo menos eso, seguir sus pasos y hacer lo que Él
enseñó y vivió. Sin embargo, no podemos ser
sus discípulas si primero no lo conocemos. Ser
discípula de Cristo empieza con algo que Él
hizo primero: vivió la vida perfecta que nosotras deberíamos vivir, sufrió la
muerte y recibió el castigo que merecíamos por nuestro pecado, pero al tercer día posterior a su muerte resucitó para
demostrar que Él era Dios y que tenía poder para darnos vida a nosotras también
(Juan 11:25-26). No podemos ser sus discípulas
si no nos arrepentimos y abandonamos nuestra vida de pecado para recibir este
regalo de gracia.
Jesús dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí
(ser mi discípulo), niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque el que
quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de mí,
la hallará” (Mateo 16:24-25).
No podemos ser discípulas de Cristo si no lo
amamos primero. Si nuestra meta es vivir para nosotras mismas, entonces,
perderemos nuestra vida. Por el contrario, si
vamos a Cristo con fe y auto renuncia, encontraremos en Él una vida eterna y
verdadera. En su libro El proyecto
de la vid, Colin Marshall y Tony Payne definen “discípulo” (o “aprendiz”) de esta manera:
“Es sencillamente otra forma de llamar a un
Cristiano. Se trata de alguien que ha renunciado a la mentira que solía estar
en el centro de su vida, que ha reconocido la oscuridad y el estado de
perdición en el que vivía, y que ha acudido a Cristo en fe como su Señor,
Salvador y Maestro para aprender a ser como Él, para aprender a guardar todos
sus mandamientos, y para reflejar compromiso diariamente, semanalmente y
anualmente por el resto de su vida”.
Ahora que entendemos un poco más el concepto de
discípulo, podemos decir que la vida cristiana es una vida de discipulado
porque todos los creyentes no solo somos discípulos de Jesús, sino que también
somos llamados a discipular. Jesús nos dijo: “Por tanto, id, y haced discípulos
a todas las naciones […] enseñándoles que guarden todas las cosas que os he
mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del
mundo” (Mateo 28:19-20).
Las palabras “ir y hacer” son un mandato para
todos los creyentes; no una
sugerencia. Nosotras, como mujeres, no estamos
exentas, y este llamado implica enseñar a otras a guardar lo que Jesús nos
enseñó. Nuestra meta debe ser llevar a nuestras hermanas más jóvenes o nuevas
en la fe a crecer espiritualmente y que ellas
aprendan a depender de Dios y no de nosotras. El propósito es equiparlas para
que discipulen a otras.
En esta oportunidad, quisiera compartirte
algunas de las principales implicancias de un discipulado eficaz:
a) Esforzate
en estudiar las Escrituras
Si vamos a compartir la Palabra con nuestras
hermanas, es importante no descuidar nuestro tiempo a solas con Dios y el
estudio de las Escrituras. Habrá momentos donde tengamos que estar preparadas
para exhortar, animar y aconsejar con la palabra
de Dios. Las Escrituras no pueden usarse con ligereza, y esto lo vemos en la carta que Pablo le
escribe a Timoteo:
“Procura con diligencia presentarte a Dios
aprobado, como obrero que no tiene de
qué avergonzarse, que maneja con precisión la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15).
Tenemos que hacer nuestro máximo esfuerzo para compartir la Biblia de la
forma más clara, precisa y completa. Estudiarla
no es una acción que se limita solo a
pastores, líderes o misioneros; nosotras
también debemos escudriñar las Escrituras para edificar las vidas de nuestras
hermanas.
b)
Involucrate en la vida de las
personas
Generalmente pensamos que un discipulado es
juntarse con una hermana cada 15 días o una vez a la semana, completar un
material de estudio bíblico y, así, damos por hecho el discipulado. Es necesario que animemos a
la persona que discipulamos a estudiar las
Escrituras y a conocer más a Dios, pero, si observamos el trabajo de Jesús en
la vida de sus discípulos, vemos que Él hizo
mucho más que eso. Difícilmente ellos podrían aprender de su maestro si no
estaban con él regularmente, escuchando sus palabras, observando su forma de vivir y haciéndole preguntas constantemente.
Si vas a discipular o mentorear a una hermana, involucrate en su vida, velá por
sus necesidades, juntate con ella regularmente, llamala, hospedala, orá por
ella y escuchala. Ofrecele confianza y
confidencialidad cuando la aconsejes o la exhortes. Si
queremos influenciar a alguien con el evangelio, involucrémonos y hagámosle saber que la amamos.
c)
Enseñá con el ejemplo
El discipulado no es solo impartir conocimiento
bíblico a otra persona. Jesús enseñó con su ejemplo y sus discípulos
aprendieron de Él escuchando y observando su vida. La persona que discipules
estará observándote y aprendiendo de tu vida de fe, tu confianza en el Señor,
tu servicio y el trato con las personas o con tu familia. Tenemos que estar
dispuestas a decir lo que Pablo dijo: “Sed imitadores de mí, así como yo de
Cristo” (1 Colosenses 11:1).
Como creyentes tenemos que apuntar a ser como Cristo, para llevar a nuestras
hermanas a ser como Él.
d)
Sé discípula de otras hermanas
Quizás hace años que vas a la iglesia,
que estudiás la Biblia y hayas crecido en tu madurez
espiritual. Si ese es tu caso, no necesitas de leche; es decir, no vas a necesitar de alguien que te discipule
para enseñarte los conocimientos básicos de la palabra de Dios porque lo que
necesitas ahora es alimento sólido (Hebreos
5:12-14). Aun así, seguimos pecando, luchando y
a veces nos desanimamos en nuestra carrera; es
en esos momentos que necesitamos de otros creyentes. Pablo nos dice que la
palabra de Dios debe morar en abundancia entre
nosotros, enseñándonos y exhortándonos unos a otros (Colosenses 3:16). Por más que tengamos muchos años en la fe,
necesitamos ser enseñadas, animadas, necesitamos pedir consejo, necesitamos
rendir cuentas y ser exhortadas por nuestro
pecado. Somos parte del cuerpo de Cristo y nos necesitamos los unos a los otros
para nuestro crecimiento en el Señor.
Muchas veces el ministerio es frustrante, aún más cuando invertimos nuestro tiempo y no vemos fruto de nuestro esfuerzo. Es ahí donde debemos humillarnos, ser pacientes y recordar que la obra es del Espíritu Santo, no nuestra. También es un gozo tremendo ser testigo de la obra transformadora de Dios y es hermoso ver el crecimiento espiritual de las mujeres que Él nos mandó a discipular. A Él sea la Gloria.
Escrito por Karen Schienke.
Bibliografía
Dever, M. (2016). Discipular.
Cómo ayudar a otros a seguir a Jesús. 9Marks.
Marshall, C. & Payne, T. (2020). El proyecto de la vid. Moldea tu cultura ministerial en torno al
discipulado. Poiema.
Que bendición leer este artículo que nos llama la atención a no seguir siendo un número más en la iglesia local… sino parte activa e intencional en Su obra obedeciendo al llamado de cada creyente!
ResponderEliminarSer y hacer es lo q importa para mantenernos vivas ,llenas del regalo de Dios para servir.
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