¿Qué viene a tu mente cuando
escuchás o leés la palabra “evangelismo”? Probablemente pienses en un
ministerio o en una actividad organizada por la iglesia para alguna ocasión
especial; tal vez, en aquellas reuniones masivas al aire libre que eran
frecuentes hace unos años o en ir a una plaza un sábado por la tarde de dos en
dos y compartir con desconocidos el mensaje del Evangelio. Dejame decirte que
estás en lo cierto. El evangelismo es todo esto que mencioné, aunque la lista
no está del todo completa. El evangelismo implica mucho más.
J. I. Packer afirma que “[e]l evangelismo no se debe definir en términos institucionales —es decir, el dónde y el cómo— sino en términos teológicos —en lo que se enseña y el para qué”.1 Por lo tanto, es necesario que nos preguntemos cuál es el mensaje evangelístico. Siguiendo con la definición de Packer y a la luz de la Palabra, entendemos que el mensaje evangelístico es el Evangelio de Cristo y su crucifixión; el mensaje del pecado del hombre y de la gracia de Dios, de la culpabilidad humana y del perdón divino, del nuevo nacimiento y de la vida nueva por medio del regalo del Espíritu Santo (Packer, 1961/2008).
Si nos adentramos en las Escrituras,
nos encontraremos con pasajes tales como Marcos capítulo 16 versículo 15, donde
vemos a Jesús encomendando a sus discípulos a aquello que conocemos como la
Gran Comisión:
“Y
[Jesús] les dijo: Id por todo el mundo
y predicad el evangelio a toda criatura” (Reina
Valera, 1969, Marcos 16:15, énfasis añadido).
Desde ya, este mandato no es pasivo,
sino que demanda una respuesta activa de parte de aquellos que decimos seguir a
Cristo. Lo interesante aquí son dos
aspectos que quisiera señalar. Por un lado, ¿qué implica la frase “por todo el
mundo”? Por el otro, ¿a qué se refiere Jesús con “a toda criatura”? Sin entrar
demasiado en detalle, es evidente que nuestra familia y parentela, nuestros
compañeros de trabajo, nuestros compañeros de facultad, nuestros vecinos y
conocidos están incluídos en estos dos grandes conceptos. Por lo cual, tanto
vos como yo podemos y debemos evangelizar en nuestra cotidianeidad.
Admito que haber hecho este estudio
sobre evangelismo me dejó totalmente humillada delante del Señor. A medida que
iba leyendo la Palabra y estudiando mejor el tema, más sentía en mi interior
cómo estaba fallando en esta área. Honestamente, durante mucho tiempo estuve
poniendo varias excusas al respecto: “¡Hay una pandemia y estamos confinados!
¡No se puede evangelizar así!”. Estas excusas, sin duda alguna, están en el
podio. Luego, a esas excusas se le sumaron otras: vergüenza por el qué dirán,
temor al rechazo, comodidad, conformismo, y la lista podría seguir y seguir.
Lamentablemente nuestro corazón pecador es pronto para encontrar motivos que
nos permitan desobedecer aquello que el Señor mismo nos ha encomendado hacer.
Por esto, es importante traer a nuestra mente la Palabra de Dios, ya que ella
ordena los pensamientos y renueva nuestro entendimiento (Romanos 12:2; Hechos 4:12).
A continuación, quiero mencionar
tres aspectos que considero esenciales para que juntas podamos cumplir con el
llamado de Marcos capítulo 16 versículo 15:
Debemos
cultivar nuestra comunión con Dios: podemos ver a David en el Salmo 119 con una profunda
devoción por la Palabra de Dios y por el Dios de la Palabra. Luego de buscar al
Señor con todo su corazón y de atesorar las Escrituras para no pecar contra Él
(Salmos 119:10-11), nos encontramos con las siguientes palabras: “Bendito tú, oh
Señor; enséñame tus estatutos. He contado
con mis labios de todas las ordenanzas de tu boca” (vv. 12-13, énfasis
añadido). Vemos en estos versículos que el salmista ha dado testimonio público
de las ordenanzas dichas por Dios (v. 13). Más adelante, leemos que medita y considera los mandamientos y
caminos de Dios (v. 15), que se complace
y regocija en ellos (vv. 14 y 16) y que promete no olvidar la palabra de Dios (v. 16b).2 Aquí
podemos ver claramente cómo nuestra comunión personal con Dios provoca un deseo
de compartir acerca de Él. Si no tenemos comunión con el Señor, difícilmente
surja de manera “natural” el querer compartir con otros el evangelio, ya que
estaremos encerradas en nosotras mismas y centradas solo en nuestros placeres e
intereses.
Debemos tener pasión por el evangelio: aquí observaremos la
vida del apóstol Pablo, quien llegó a afirmar que de ninguna manera estimaba su
vida como valiosa para sí mismo, a fin de poder terminar su carrera y el
ministerio que recibió del Señor Jesús, para dar
testimonio del evangelio de la gracia
de Dios (Hechos 20:24). Algo que el Señor depositó en Pablo fue la capacidad para proclamar
el mensaje de salvación durante toda su vida y
una gran pasión por el evangelio. El apóstol no se avergonzaba del evangelio,
pues entendía que éste era poder de Dios para salvación (Romanos 1:16). Es más, Pablo se apasionó tanto por el mensaje de redención que
llegó a regocijarse por el progreso del Evangelio
pese a todas las circunstancias difíciles que tuvo que atravesar (Filipenses 1:12-18);
predicó en medio de gran oposición, aun luego de
haber sufrido y haber sido maltratado en Filipos (1 Tesalonicenses 2:1-2). Así como Pablo, nuestro corazón debe arder por
compartir las buenas nuevas de salvación. Clamemos a Dios para que deposite en nosotras esta
misma pasión por el Evangelio y para que nos ayude a
hacer morir todo aquello que nos estorba al momento de cumplir este mandato.
Debemos
tener compasión por las almas: en
este punto admiraremos la vida de Jesús. Mateo relata que Jesús recorría todas
las ciudades y aldeas predicando el evangelio del reino, y que al ver a las
multitudes tuvo compasión de ellas porque las vio angustiadas y abatidas como
ovejas que no tienen pastor (Mateo 9:35-36). Matthew Henry nos dice que la
observación de Jesús no estaba acompañada de curiosidad, sino de ternura: “Se compadeció de ellas; no por motivos
temporales […] sino por motivos espirituales, pues los veía ignorantes o
indiferentes, prestos a perecer por falta de visión” (Henry, 1706/1999, énfasis
añadido). De hecho, fue esta compasión la que impulsó a Cristo a dar su vida en
rescate por muchos (Mateo 20:28). Este es el sentir que debemos imitar nosotras.
Debemos ser conscientes de que la condición de aquellas multitudes a las que
Jesús observaba y de las cuales se compadecía es la misma condición en la que
se encuentran las personas que hoy nos rodean en nuestro trabajo, en nuestra
facultad, en nuestra familia y en nuestra vida diaria. ¿Nos duele ver cómo día
tras día millones de personas mueren sin haber conocido al Salvador? ¿Nos
compadecemos de aquellos que nunca han tenido la oportunidad de escuchar el
evangelio? Sólo Dios puede capacitarnos, por medio del Espíritu Santo, para
tener la misma compasión que tuvo Cristo por las almas.
1) Cultivá tu alma cada día
en comunión con el Señor: a medida que pasamos tiempo con el Señor estudiando Su Palabra,
meditando en ella y orando, nuestro corazón es moldeado conforme al suyo y somos impulsadas a compartir con otros el mensaje que nos salvó.
2) Sé intencional: seamos proactivas en
generar los espacios para compartir el evangelio y no nos conformemos con
simplemente tener una actitud pasiva “esperando el momento adecuado”. Tomemos
la iniciativa.
3) Hacé uso de los medios
tecnológicos que tenemos a disposición: aprovechemos estos tiempos tan particulares, en los que las redes sociales
juegan un rol importante en la comunicación, y
hagamos pública nuestra fe. ¿Cómo? Podemos hacer una publicación compartiendo
nuestro testimonio, versículos bíblicos y
prédicas, o mandar listas de difusión
predicando el evangelio a nuestros contactos. Seamos ingeniosas.
4) Rodeate de
personas que te influencien y te animen a ejercitar esta área: la realidad es que no
siempre vamos a estar animadas para compartir el evangelio o quizás no sabemos bien cómo
hacerlo. Por eso, es importante que tengamos
comunión con hermanas que nos enseñen y animen a
cumplir este mandato.
5) Preguntá en tu iglesia
por necesidad de evangelismo: si
bien es importante evangelizar en nuestro día a día,
no debemos olvidar que la evangelización es también una actividad corporativa
de la iglesia.3 Te animo a unirte a algún ministerio evangelístico en particular, apoyar alguna obra
misionera, evangelizar a personas nuevas que
han llegado a tu iglesia o colaborar en donde
tu iglesia local vea que hay tal necesidad.
Querida hermana y amiga, es
sumamente necesario que comprendamos la urgencia de compartir el evangelio a
todas las personas con las que el Señor nos permite compartir la vida. Si al leer
este artículo te sucedió lo mismo que a mí y pudiste ver cómo has descuidado
este mandato tan importante, quiero recordarte lo que dice la Palabra de Dios:
por los méritos de Cristo, podemos confesar nuestro pecado delante del Señor
con la plena confianza de que alcanzaremos misericordia (Proverbios 28:13) y perdón
para nuestros pecados (1 Juan 1:9). Te animo a que pongas en práctica el
cumplimiento de este mandato y que no lo hagas en tus fuerzas, sino
sosteniéndote en la gracia de Dios (2 Corintios 12:9).
1 Packer, J. I.
(2008). El Evangelismo y la Soberanía de
Dios. (Trad. G. A. Martínez), (p. 58). Publicaciones Faro de Gracia.
(Trabajo original publicado en 1961).
2 Henry, M. (1999). Comentario
Bíblico de Matthew Henry. (Trad. F. Lacueva), (p. 645). Editorial CLIE.
(Trabajo original publicado en 1706).
3 Grudem, W. (2009). Teología
Sistemática (p. 1008). Editorial Vida
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