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La regla de oro en el noviazgo cristiano

  ¿Alguna vez te pusiste a enumerar cada uno de los consejos que te han dado sobre el noviazgo? ▪         Estén de novios al menos un año ▪         No estiren el noviazgo más de un año. ▪         Salgan siempre en grupos, con amigos. ▪         Asegúrense de tener un tiempo a solas también. ▪         No se besen antes de casarse. ▪         Pero, ¿cómo pueden saber si hay "química" entre ustedes si no se besan? ▪         Dejen en claro cuáles son los límites. ▪         No hagan exactamente lo que otros hicieron. ▪         Pasen mucho tiempo juntos. ▪         Midan la cantidad de tiempo que pasan juntos. ▪         Conozcan a varias personas antes de comprometerse con una. ▪         Mejor no traten de conocer a nadie hasta que estén realmente listos para casarse.  La lista podría seguir. De hecho, si eres parte de una comunidad cristiana, seguro tengas más cosas para agregar. El punto es que, aunque entre cristianos todos sigamos a Cristo, leamos la misma Biblia y tengamos un mis

¡Por todo el mundo y a toda criatura!

 

¿Qué viene a tu mente cuando escuchás o leés la palabra “evangelismo”? Probablemente pienses en un ministerio o en una actividad organizada por la iglesia para alguna ocasión especial; tal vez, en aquellas reuniones masivas al aire libre que eran frecuentes hace unos años o en ir a una plaza un sábado por la tarde de dos en dos y compartir con desconocidos el mensaje del Evangelio. Dejame decirte que estás en lo cierto. El evangelismo es todo esto que mencioné, aunque la lista no está del todo completa. El evangelismo implica mucho más.

J. I. Packer afirma que “[e]l evangelismo no se debe definir en términos institucionales —es decir, el dónde y el cómo— sino en términos teológicos —en lo que se enseña y el para qué”.1 Por lo tanto, es necesario que nos preguntemos cuál es el mensaje evangelístico. Siguiendo con la definición de Packer y a la luz de la Palabra, entendemos que el mensaje evangelístico es el Evangelio de Cristo y su crucifixión; el mensaje del pecado del hombre y de la gracia de Dios, de la culpabilidad humana y del perdón divino, del nuevo nacimiento y de la vida nueva por medio del regalo del Espíritu Santo (Packer, 1961/2008).

Si nos adentramos en las Escrituras, nos encontraremos con pasajes tales como Marcos capítulo 16 versículo 15, donde vemos a Jesús encomendando a sus discípulos a aquello que conocemos como la Gran Comisión:

Y [Jesús] les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Reina Valera, 1969, Marcos 16:15, énfasis añadido).

Desde ya, este mandato no es pasivo, sino que demanda una respuesta activa de parte de aquellos que decimos seguir a Cristo.  Lo interesante aquí son dos aspectos que quisiera señalar. Por un lado, ¿qué implica la frase “por todo el mundo”? Por el otro, ¿a qué se refiere Jesús con “a toda criatura”? Sin entrar demasiado en detalle, es evidente que nuestra familia y parentela, nuestros compañeros de trabajo, nuestros compañeros de facultad, nuestros vecinos y conocidos están incluídos en estos dos grandes conceptos. Por lo cual, tanto vos como yo podemos y debemos evangelizar en nuestra cotidianeidad.

Admito que haber hecho este estudio sobre evangelismo me dejó totalmente humillada delante del Señor. A medida que iba leyendo la Palabra y estudiando mejor el tema, más sentía en mi interior cómo estaba fallando en esta área. Honestamente, durante mucho tiempo estuve poniendo varias excusas al respecto: “¡Hay una pandemia y estamos confinados! ¡No se puede evangelizar así!”. Estas excusas, sin duda alguna, están en el podio. Luego, a esas excusas se le sumaron otras: vergüenza por el qué dirán, temor al rechazo, comodidad, conformismo, y la lista podría seguir y seguir. Lamentablemente nuestro corazón pecador es pronto para encontrar motivos que nos permitan desobedecer aquello que el Señor mismo nos ha encomendado hacer. Por esto, es importante traer a nuestra mente la Palabra de Dios, ya que ella ordena los pensamientos y renueva nuestro entendimiento (Romanos 12:2; Hechos 4:12).

A continuación, quiero mencionar tres aspectos que considero esenciales para que juntas podamos cumplir con el llamado de Marcos capítulo 16 versículo 15:

Debemos cultivar nuestra comunión con Dios: podemos ver a David en el Salmo 119 con una profunda devoción por la Palabra de Dios y por el Dios de la Palabra. Luego de buscar al Señor con todo su corazón y de atesorar las Escrituras para no pecar contra Él (Salmos 119:10-11), nos encontramos con las siguientes palabras: “Bendito tú, oh Señor; enséñame tus estatutos. He contado con mis labios de todas las ordenanzas de tu boca” (vv. 12-13, énfasis añadido). Vemos en estos versículos que el salmista ha dado testimonio público de las ordenanzas dichas por Dios (v. 13). Más adelante, leemos que medita y considera los mandamientos y caminos de Dios (v. 15), que se complace y regocija en ellos (vv. 14 y 16) y que promete no olvidar la palabra de Dios (v. 16b).2 Aquí podemos ver claramente cómo nuestra comunión personal con Dios provoca un deseo de compartir acerca de Él. Si no tenemos comunión con el Señor, difícilmente surja de manera “natural” el querer compartir con otros el evangelio, ya que estaremos encerradas en nosotras mismas y centradas solo en nuestros placeres e intereses.

Debemos tener pasión por el evangelio: aquí observaremos la vida del apóstol Pablo, quien llegó a afirmar que de ninguna manera estimaba su vida como valiosa para sí mismo, a fin de poder terminar su carrera y el ministerio que recibió del Señor Jesús,  para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios (Hechos 20:24). Algo que el Señor depositó en Pablo fue la capacidad para proclamar el mensaje de salvación durante toda su vida y una gran pasión por el evangelio. El apóstol no se avergonzaba del evangelio, pues entendía que éste era poder de Dios para salvación (Romanos 1:16). Es más, Pablo se apasionó tanto por el mensaje de redención que llegó a regocijarse por el progreso del Evangelio pese a todas las circunstancias difíciles que tuvo que atravesar (Filipenses 1:12-18); predicó en medio de gran oposición, aun luego de haber sufrido y haber sido maltratado en Filipos (1 Tesalonicenses 2:1-2). Así como Pablo, nuestro corazón debe arder por compartir las buenas nuevas de salvación. Clamemos a Dios para que deposite en nosotras esta misma pasión por el Evangelio y para que nos ayude a hacer morir todo aquello que nos estorba al momento de cumplir este mandato.

Debemos tener compasión por las almas: en este punto admiraremos la vida de Jesús. Mateo relata que Jesús recorría todas las ciudades y aldeas predicando el evangelio del reino, y que al ver a las multitudes tuvo compasión de ellas porque las vio angustiadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor (Mateo 9:35-36). Matthew Henry nos dice que la observación de Jesús no estaba acompañada de curiosidad, sino de ternura: “Se compadeció de ellas; no por motivos temporales […] sino por motivos espirituales, pues los veía ignorantes o indiferentes, prestos a perecer por falta de visión” (Henry, 1706/1999, énfasis añadido). De hecho, fue esta compasión la que impulsó a Cristo a dar su vida en rescate por muchos (Mateo 20:28). Este es el sentir que debemos imitar nosotras. Debemos ser conscientes de que la condición de aquellas multitudes a las que Jesús observaba y de las cuales se compadecía es la misma condición en la que se encuentran las personas que hoy nos rodean en nuestro trabajo, en nuestra facultad, en nuestra familia y en nuestra vida diaria. ¿Nos duele ver cómo día tras día millones de personas mueren sin haber conocido al Salvador? ¿Nos compadecemos de aquellos que nunca han tenido la oportunidad de escuchar el evangelio? Sólo Dios puede capacitarnos, por medio del Espíritu Santo, para tener la misma compasión que tuvo Cristo por las almas.

Para finalizar, me gustaría compartirte algunos consejos prácticos:

1)  Cultivá tu alma cada día en comunión con el Señor: a medida que pasamos tiempo con el Señor estudiando Su Palabra, meditando en ella y orando, nuestro corazón es moldeado conforme al suyo y somos impulsadas a compartir con otros el mensaje que nos salvó.

2)  Sé intencional: seamos proactivas en generar los espacios para compartir el evangelio y no nos conformemos con simplemente tener una actitud pasiva “esperando el momento adecuado”. Tomemos la iniciativa.

3)  Hacé uso de los medios tecnológicos que tenemos a disposición: aprovechemos estos tiempos tan particulares, en los que las redes sociales juegan un rol importante en la comunicación, y hagamos pública nuestra fe. ¿Cómo? Podemos hacer una publicación compartiendo nuestro testimonio, versículos bíblicos y prédicas, o mandar listas de difusión predicando el evangelio a nuestros contactos. Seamos ingeniosas.

4)   Rodeate de personas que te influencien y te animen a ejercitar esta área: la realidad es que no siempre vamos a estar animadas para compartir el evangelio o quizás no sabemos bien cómo hacerlo. Por eso, es importante que tengamos comunión con hermanas que nos enseñen y animen a cumplir este mandato.

5)  Preguntá en tu iglesia por necesidad de evangelismo: si bien es importante evangelizar en nuestro día a día, no debemos olvidar que la evangelización es también una actividad corporativa de la iglesia.3 Te animo a unirte a algún ministerio evangelístico en particular, apoyar alguna obra misionera, evangelizar a personas nuevas que han llegado a tu iglesia o colaborar en donde tu iglesia local vea que hay tal necesidad.

Querida hermana y amiga, es sumamente necesario que comprendamos la urgencia de compartir el evangelio a todas las personas con las que el Señor nos permite compartir la vida. Si al leer este artículo te sucedió lo mismo que a mí y pudiste ver cómo has descuidado este mandato tan importante, quiero recordarte lo que dice la Palabra de Dios: por los méritos de Cristo, podemos confesar nuestro pecado delante del Señor con la plena confianza de que alcanzaremos misericordia (Proverbios 28:13) y perdón para nuestros pecados (1 Juan 1:9). Te animo a que pongas en práctica el cumplimiento de este mandato y que no lo hagas en tus fuerzas, sino sosteniéndote en la gracia de Dios (2 Corintios 12:9).


Escrito por Abigail Alcaraz de Velasco




1 Packer, J. I. (2008). El Evangelismo y la Soberanía de Dios. (Trad. G. A. Martínez), (p. 58). Publicaciones Faro de Gracia. (Trabajo original publicado en 1961).

2 Henry, M. (1999). Comentario Bíblico de Matthew Henry. (Trad. F. Lacueva), (p. 645). Editorial CLIE. (Trabajo original publicado en 1706).

3 Grudem, W. (2009). Teología Sistemática (p. 1008). Editorial Vida

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