¿Le pedirías a un niño de dos
años que lave los platos, que cuide las plantas o que haga una torta? Si lo
hicieras, sabrías perfectamente que el resultado nunca sería el deseado. Los
platos quedarían más sucios de lo que ya estaban. Es más, él terminaría
cubierto de jabón y restos de comida. Las plantas terminarían en una gran
pileta de barro; también su ropa y todo su cuerpito estarían enchastrados. Por
último, encontraríamos la mezcla de la torta por toda la cocina y nada de ella
en el molde. Entonces, ¿qué terminaríamos diciendo? “Dejá, mejor lo hago yo”.
Muchas veces nos encontramos en
escenarios como estos en nuestra maternidad. Dios nos da una tarea enorme,
pensamos que lo estamos haciendo bien, pero en realidad lo que hacemos es lío.
Es ahí cuando Dios, con Su gracia, viene a nuestro rescate.
Hablemos un poco de la gracia. Lo
que creemos y entendemos sobre la gracia de Dios afecta la manera en que
pensamos sobre la maternidad. Transforma nuestra visión sobre nuestros hijos,
influye en nuestras respuestas frente a los problemas y determina lo que nos
decimos a nosotras mismas antes de arrancar el día o al finalizarlo. Moldea
nuestra actitud en momentos de crisis y frustraciones, así como en aquellos que
sentimos que todo está bajo nuestro control.
Entendemos muy bien la gracia
pasada; es decir, la obra de Cristo a nuestro favor, su muerte y resurrección
para darnos el perdón de pecados. También entendemos la gracia futura; el poder
estar en su presencia por la eternidad, sin pecado y en comunión con Él. Sin embargo, ¿comprendemos bien la gracia
presente? ¿Cómo se relaciona el evangelio de la gracia con lo cotidiano de mi
maternidad?
En 2 Corintios 12:9-10 (Nueva Biblia de las
Américas) leemos estas palabras escritas por el apóstol Pablo:
9
Y Él me ha dicho: «Te basta Mi gracia, pues Mi poder se perfecciona en la
debilidad». Por tanto, con muchísimo gusto me gloriaré más bien en mis
debilidades, para que el poder de Cristo more en mí.
10
Por eso me complazco en las debilidades, en insultos, en privaciones, en
persecuciones y en angustias por amor a Cristo, porque cuando soy débil,
entonces soy fuerte.
Pablo le hace una petición al
Señor; le ruega que le sea quitado algo que él llamaba "un aguijón en la carne".
No sabemos a qué se refería el apóstol exactamente, pero entendemos, por el
contexto, que era algo que lo debilitaba al momento de realizar la obra del
Señor. Pudo ser una condición física, alguna situación de dolor en particular o
alguna aflicción del corazón. Más allá de eso, la respuesta que le da el Señor
no le sirvió solo a Pablo, sino que también a todos los creyentes, en cualquier
situación y momento de la historia.
En primer lugar, el Señor quiere
enseñarnos que Su gracia es liberadora. Nos libera de negar nuestras
debilidades. No debemos temer a ser expuestas como mamás imperfectas; al
contrario, debemos reconocer nuestras incapacidades porque es la llave que abre
la puerta de Su gracia. Esta humilde condición es el terreno fértil para ver
obrar a Dios con su poder.
La gracia del Señor debe ser
suficiente para nosotras. Dios nos dice, “Te basta mi gracia” porque es todo lo
que necesitamos para llevar adelante la maternidad. No es en vano recordar que
la gracia es un favor de Dios, un don inmerecido que se nos otorga por pura
voluntad suya. Si fuésemos capaces de lograr el éxito en nuestra maternidad por
nosotras mismas, no sería por gracia, y, entonces, seríamos merecedoras de la
gloria por nuestros logros. Sin embargo, como hijas de Dios sabemos que tal
suposición no existe porque jamás podríamos lograr nada bueno ante los ojos de
Dios sin depender de él en todo.
Aún así, deberíamos preguntarnos:
¿Cómo nos vemos a nosotras como mamás? ¿Nos vemos como mamás seguras de sí
mismas, capaces y merecedoras de esta posición o como mamás quebrantadoras de
Su ley, incapaces y débiles, y, por lo tanto, necesitadas de Su gracia? Debemos
admitir todo esto para hacer visible la gracia de Dios a nuestros hijos. Los
padres que sean receptores de gracia pueden ser asimismo dadores de ella.
Dios no nos llama a ser mamás por
nuestra capacidad para serlo. Tenemos que reconocer que no es que solamente nos
sentimos incapaces, sino que realmente lo somos. Entonces, ¿por qué Dios nos
pide un trabajo tan importante si no estamos capacitadas para hacerlo? Porque
su gracia no es solamente liberadora, sino también capacitadora. Nuestra
incapacidad es parte de su plan. El no te pide que seas capaz, sino que recibas
su gracia en medio de tu debilidad para hacer su obra.
Ahora bien, la gracia de Dios no
es una simple herramienta poderosa que Dios nos da para que hagamos cada tarea.
Dios quiere darnos más que una ayuda en medio de nuestra debilidad. Él no está
interesado en hacer de nuestra maternidad una tarea fácil, predecible y libre
de luchas. Él quiere que en esa búsqueda de ayuda, encontremos más que eso, que
lo encontremos a Él. Es Él mismo quien viene a morar en nosotras, como dice
nuestro pasaje: “para que el poder de Cristo more en mí”. Esto solo lo hace
posible la realidad redentora. ¡Qué maravillosa gracia!
A través del apóstol, Dios nos
enseña esta simple pero inmensa verdad: Él está con nosotras en cada momento,
cada día, con su poder obrando en medio de nuestra debilidad. La pregunta es,
¿lo recordarás? ¿Recordarás a tu Dios cuando te sientas completamente
colapsada? ¿Lo recordarás cuando estés llena de temores e inseguridades? ¿Y
cuando sientas que el día fue un caos? ¿Recordarás a tu Dios aunque el día sea perfecto? ¿Lo recordarás cuando te sientas fuerte y segura?
Hay una frase de Jerry Bridges
que sintetiza esta verdad: “Tus peores días nunca estarán lejos del alcance de
la gracia de Dios, y tus mejores días nunca serán tan buenos como para no
necesitar de la gracia de Dios”.
Debemos recordar esto cada día.
Él otorga su gracia poderosa a personas llenas de fallas. El regalo más
maravilloso de Dios para vos es Él mismo. Él conoce cada lucha y dificultad que
tenés como mamá; sabe que muchas veces el cansancio es demasiado, que hay
noches largas y días que parecen eternos, que la paciencia se puede acabar, que
la ira golpea a la puerta muy a menudo, que muchas veces no sabemos cómo
actuar, que el temor y el desánimo son grandes frente a las enfermedades, y sabe
más que nosotras que el egoísmo querrá invadir nuestro corazón. Por eso, Él es
el único que puede ayudarnos.
¡Qué acto de increíble gracia! Él
viene a morar en nosotras, nos capacita y fortalece con su poder (Efesios 1: 19-20 y
Colosenses 1: 29). No obstante, esto no es para cumplir nuestras metas y propósitos,
sino para cumplir los suyos en nuestra vida y la de nuestros hijos. Todo para
gloria de Él.
Creemos en un Dios poderoso que
resucitó a Cristo de entre los muertos, que va a venir a reinar y que va a
darnos un cuerpo sin pecado para vivir eternamente con Él. Por todo esto,
creamos en un Dios que puede hacernos fuertes en medio de nuestra debilidad.
Recordando la ilustración con la
que comenzamos, espero que puedas identificarte con ese niño pequeño;
totalmente incapacitada, pero con un gran Salvador que intercede a nuestro
favor para que podamos decir al igual que Pablo: “cuando soy débil, entonces
soy fuerte”.
Escrito por Daniela Aguirre
Gracias!
ResponderEliminarGracias Dani por esta preciosa reflexión, con base bíblica y aplicaciones de la vida diaria. Dios te bendiga.
ResponderEliminarPrecioso, gracias
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