Muchas veces (por no
decir la mayoría) solemos inclinar nuestros pensamientos a la insensatez en
momentos de sufrimiento. Aunque Dios nos exhorta a pensar en lo verdadero y
digno de alabanza (Filipenses 4:8), tendemos a
hundirnos en nuestro mar personal de emociones. Allí, la profundidad no nos
deja ver claramente y el agua tapa nuestros oídos. “¿Por qué le doy lugar a la
mentira cuando conozco la verdad? ¿Será que no estoy lo suficientemente
aferrada a ella? ¿Será que, en realidad, no la conozco bien?”. Estas preguntas
cruzan por mi mente en momentos así, a modo de introspección. Mediante las
Escrituras entendí que es necesario inspeccionar el corazón y los pensamientos
a la luz de la verdad (2 Corintios 13:5) y más aún cuando estamos tristes y
confundidas. Nuestro corazón nos engaña (Jeremías 17:9) con su propia versión
de lo que estamos pasando e intenta que nos instruyamos con nuestro propio
consejo.
Cuando el dolor nubla
mi entendimiento, mi mente es como un cuarto desordenado; mis pensamientos
están esparcidos por todos lados. El panorama es un desastre y una muestra
eficiente de mi insensatez. Lo que intento decir con esto es que podemos ser
necias en medio del dolor. Levantamos mentiras en nuestra mente; nos olvidamos
de la verdad. Nos olvidamos que la única verdad está en Dios. Hermanas y
amigas, por causa de estas inclinaciones impías del corazón, nos es de suma
importancia abundar y sobreabundar en la sabiduría que solo viene del Señor de
la verdad. Esta es la única sobreinformación que no nos es contraproducente.
Es entendible que una
situación dolorosa pueda poner mucho de nosotras al límite, desbordarnos y
afligirnos hasta los huesos; sin embargo, eso no es una excusa para justificar
nuestra falta de confianza en el Dios de la prueba. Sí, leíste bien. La
soberanía del Todopoderoso abarca también nuestras pruebas. Dios está al
control y no distante. Él está al pendiente de cada detalle, cada lágrima, cada
noche sin dormir, cada oración con nuestro rostro en el suelo. Él nos puso ahí;
Él va a atravesar el valle de sombra de muerte con nosotras. Con nosotras.
No de lejos ni de cerca. Allí, con nosotras, tomándonos de la mano.
En temporada de
pruebas que conllevan sufrimiento, el Espíritu del Señor me ha llevado a
considerar y reflexionar en la actitud y obrar de Cristo frente a la aflicción.
En Hebreos 5:7; 8, el autor de la carta describe cómo nuestro Señor Jesucristo,
a pesar de ser el Hijo de Dios, aprendió a sujetarse al Padre a través de la
aflicción durante el tiempo que fue semejante a los hombres.
7 Y Cristo, en los días de su
carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía
librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente.
8 Y aunque era Hijo, por lo que
padeció aprendió la obediencia.
“...ruegos y súplicas
con clamor y lágrimas…” (v. 7 a). En Getsemaní, Jesús lloró en agonía dolorosa,
sintió angustia y tristeza profunda, y clamó con lágrimas.1 Esta oración de Jesús es descrita por Lucas en su Evangelio (Lucas 22:42; 44).
Jesús rogó al Padre que su angustia pasara, pero que se hiciera, por sobre
todo, Su voluntad y no la de él (v. 42). Luego, vemos que se sentía débil, ya
que un ángel fue a fortalecerlo (v. 43), y Lucas escribe que su oración era
intensa y con agonía (v. 44). Hermanas, Cristo es nuestro ejemplo. Aunque Dios
conoce todo lo que pasa por nuestra mente y corazón, igual debemos llevar a Él
todo nuestro dolor, de manera sincera y honesta porque es para nuestro bien. A
diferencia de Jesús, nuestro corazón es perverso y engañoso, y nuestra mente se
turba por el sufrimiento, a lo que solo delante de Dios y con Su Palabra
podemos ordenar y entender lo que nos pasa. Si nos quedamos dialogando con
nosotras mismas, nos hundimos aún más. La búsqueda de la sensatez en la
aflicción es tomar todas nuestras lágrimas y dolores, y llevarlos a los pies de
aquel que puede librarnos de ella, confiando en Su fidelidad, como lo hizo
nuestro Señor.
“...su temor
reverente” (v. 7 b). El temor a Dios y la reverencia a Su persona tienen que
ver con un sentimiento de admiración y sumisión, lo cual es fundamental para
todo conocimiento y sabiduría espiritual.2 Pues, sabemos que “el principio de la sabiduría es el temor de Dios” (Proverbios 1:7). Este temor es un estado de la mente en el que nuestras propias actitudes,
voluntad, sentimientos, acciones y objetivos se cambian por los de Dios.3 En Sus palabras hallamos el bien, la cordura y la verdad. Los pensamientos y
decretos de nuestro Señor son agua fresca para una mente abrumada (Salmo
94:19).
“...por lo que
padeció, aprendió la obediencia” (v. 8). Somos enseñadas, moldeadas y
santificadas cuando sufrimos. En medio de la aflicción se pone a prueba nuestro
conocimiento de Dios. ¿Dónde está puesta nuestra confianza cuando sufrimos? ¿En
qué o quién confiamos? Dios nos enseña, a través de Su palabra, que
debemos poner nuestra confianza en Su persona porque Él es fiel en todo tiempo,
sea bueno o sea malo. Además, se pone a prueba nuestra dependencia de Él. ¿Por
qué sentimos que todo se derrumba cuando estamos sufriendo? Porque no estamos
dependiendo de nuestro Dios y Padre en los cielos, quien tiene a Él sujetas
todas las cosas. Al igual que Cristo, debemos ir delante de Dios con una
actitud humilde, mostrando dependencia y sumisión. Esa es la obediencia que
aprendemos.
Bien sabemos que no
podemos evitar sufrir porque vivimos en un mundo de aflicción (Juan 16:33). Sin
embargo, sí podemos evitar la insensatez y la incredulidad cuando sufrimos si
buscamos a Dios con un corazón rendido y confiado que considera Su palabra
como lo único a qué aferrarse para atravesar esos momentos. Para esto, es
importante la oración sincera en el Espíritu y la búsqueda de la sabiduría en
el temor de Dios, ya que nos ayuda a pensar en Él correctamente. Un concepto y conocimiento acertado de
nuestro Dios es lo que nos permite atravesar el sufrimiento siendo sabias,
sensatas y santas. El sufrimiento, que por un lado es triste y amargo,
termina dejándonos un sabor dulce porque nos lleva a conocer más a nuestro
precioso Dios y a deleitarnos en Su verdad.
Así, podemos concluir
con que nuestro accionar en medio del dolor debería ser:
1) Buscar el consuelo del Señor
constantemente (1 Tesalonicenses 5:17) a través de la oración bíblica, honesta
y perseverante.
2) Ordenar nuestros pensamientos
enfocándonos en Su verdad y derribando, así, nuestras mentiras.
3) Alegrarnos y dar gracias no
solo por su fidelidad, sustento y guía en medio de la oscuridad y la tristeza
(ver Salmos 23:4 y Salmos 73:23; 24), sino porque sabemos que, en todo esto, nuestro
amado Dios nos hace crecer en el fruto del Espíritu y en sabiduría. Así,
entendemos que estar con Dios es siempre nuestro bien (Salmos 73:28) sea cual
sea la circunstancia.
Amadas hermanas y
amigas, cuando pasemos por tiempos de tristezas y dolores, hagámoslo piadosa y
sabiamente, acercándonos al Dios compasivo y misericordioso que tenemos. No hay
dolor que Él no pueda entender o consolar. Transitemos estas pruebas confiando
en Su sabiduría y fidelidad, y en humilde sumisión, siguiendo el ejemplo de
nuestro Señor Jesucristo, quien aunque era Hijo, por lo que padeció, aprendió
la obediencia y fue perfeccionado (Hebreos 5:8; 9).
Escrito
por Cecilia Moré
1 Comentario de John MacArthur correspondiente al libro de Hebreos, Cap. 5, versículo 7. En Biblia de estudio John MacArthur.
2 Comentario de John MacArthur correspondiente al libro de Proverbios, Cap. 1, versículo 7. En Biblia de estudio John MacArthur.
3 Comentario
de John MacArthur correspondiente al libro de Proverbios, Cap. 1,
versículo 7. En Biblia de estudio John MacArthur.
Gracias! Bendiciones
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