¿Alguna vez te pusiste a enumerar cada uno de los consejos que te han dado sobre el noviazgo? ▪ Estén de novios al menos un año ▪ No estiren el noviazgo más de un año. ▪ Salgan siempre en grupos, con amigos. ▪ Asegúrense de tener un tiempo a solas también. ▪ No se besen antes de casarse. ▪ Pero, ¿cómo pueden saber si hay "química" entre ustedes si no se besan? ▪ Dejen en claro cuáles son los límites. ▪ No hagan exactamente lo que otros hicieron. ▪ Pasen mucho tiempo juntos. ▪ Midan la cantidad de tiempo que pasan juntos. ▪ ...
“Si tu crecimiento en la piedad se midiera por la
calidad de tu asimilación de la Biblia, ¿cuál sería el resultado?” –Donald S.
Whitney
Esta es una pregunta que conmovió en gran manera mi
corazón. Me llevó a examinar mi mundo interior para ver cuál sería mi respuesta.
La verdad es que nuestro crecimiento en la piedad está relacionado con la
calidad de nuestra asimilación de la Palabra; y esto no lo digo porque lo haya
escuchado de una persona o deducido yo misma, sino porque el mismo Señor Jesús
en una de sus asombrosas oraciones dijo:
“Santifícalos en la verdad; tu palabra es
verdad.” Juan 17:17. En este simple y profundo versículo, podemos ver
que el plan de Dios para santificar a sus hijos, es decir, para llevarlos a vivir
vidas que den honra y gloria a Su nombre, se logra a través de “la Verdad”, que
es su Palabra.
John MacArthur,
en su comentario del evangelio de Juan, y haciendo referencia a este pasaje,
escribió:
“…Habiendo
orado por protección espiritual para ellos, Jesús continuó pidiendo al Padre la
santificación y purificación de los discípulos en tanto se preparaban para
predicar la verdad al mundo […] Aunque ya habían sido limpiados (en cuanto a la
salvación; Juan 15:3), aún necesitaban lavar sus pies ocasionalmente de la “mugre”
de este mundo (Juan 13:10; Hechos 12:1-2; 1 Juan 2:1-2). El maligno intentaría
activamente descarriar esta obra de santificación, pero el Padre la garantizaba
mediante la Palabra de verdad (v.17), por el poder del Espíritu de la verdad (Juan
14:17; Juan 15:26; Juan 16:13). Por lo tanto, Jesús pidió a su Padre santificarlos en su
verdad, para apartarlos del pecado…”
De este modo, asumimos que el instrumento de
santificación por excelencia es la palabra de Dios revelada en las Escrituras. Por
tanto, somos llamadas a ver y examinar cómo es la “calidad” de nuestra
asimilación de la Palabra en nuestras vidas y en nuestro diario andar. ¿Por
qué? Porque si nos conformamos con una asimilación de la Palabra pobre y escaza,
sea el escucharla, leerla, meditarla o estudiarla “restringiremos seriamente el caudal principal de la gracia santificadora
de Dios hacia nosotras”, tal como dijo Donald Whitney. Eso sí que es grave,
porque ¿cómo podremos vivir “de cada palabra que sale de la boca de Dios” si
nunca pasamos tiempo meditando en “cada palabra que sale de la boca de Dios”?
Como cristianas, nos ha sido otorgado el privilegio de poder conocer al glorioso
autor de esa Palabra; y no sólo conocer, sino también poder para vivir aquello
que se nos revela, porque “…dichosos los
que oyen la palabra de Dios y la guardan.” Lucas 11:28.
Por tanto, viendo que dentro del plan de la
santificación del creyente la asimilación de su Palabra es vital, deberíamos
apartar tiempo para el estudio de ella. Por eso, quisiera animarlas a descubrir
las joyas escondidas que hay en el estudio serio de las Escrituras.
¿Quiénes
deben estudiar la Biblia?
Quizás, algunas de nosotras piense que la idea de
“estudiar la Biblia” es solamente un asunto de hombres, o de aquellos que
ocupan un lugar en el liderazgo o en la enseñanza pública de las Escrituras en
un ministerio de la iglesia. Pero déjame decirte que esto no es así. Dios ha
llamado a todos los creyentes (sean hombres, mujeres, madres, padres, abuelos,
jóvenes, adolescentes, etc.) a conocer las verdades que él mismo ha revelado en
su Palabra (ver Tito 2:1-5).
Entonces, ¿quiénes son capaces de entender la Biblia?
Solamente los cristianos. En 1 Corintios 2:14 leemos que “el hombre natural no acepta las cosas del Espíritu de Dios, porque
para él son necedad; y no las puede entender, porque se disciernen
espiritualmente.” ¿Has nacido de nuevo? Si la respuesta es sí, entonces
tienes “la mente de Cristo” (v. 16) y se te ha otorgado el don del Espíritu Santo
para que te enseñe y puedas, entonces, comprender las cosas espirituales.
Por lo tanto, estudiar la Palabra de Dios no es
solamente un asunto para los hombres que lideran o enseñan, sino para todas
nosotras; con el objetivo de que lleguemos a ser mujeres de la Palabra. Recordemos
que la herramienta de santificación que Dios usa es la Biblia, la Palabra de
Dios.
¿Por
qué debo estudiar la Biblia?
“La
lectura de la Palabra nos da amplitud, pero el estudio nos da profundidad.”
–Jerry Bridges
Leer
la biblia podría compararse con navegar en un barco sobre la superficie del mar;
podés ver el mar desde una vista panorámica, veloz y momentánea, pero no sus
profundidades. Estudiar la Biblia,
en cambio, sería como bucear en un submarino, que se adentra en las
profundidades de las aguas y descubre todo aquello que uno no podía ver en la
superficie.
Lamentablemente, bajo el supuesto pensamiento de que “sólo
los que están liderando estudian la biblia”, hay muchos miembros de las iglesias
locales cuya única comida espiritual sólida es la que reciben los Domingos en
los cultos. Y no sólo esto, sino que, por desconocer las verdades Bíblicas,
muchos son engañados por falsos maestros que tuercen las Escrituras para su
propio beneficio terrenal y perdición eterna, quienes malinterpretando el texto
Bíblico, enseñan aquello que no es verdadero.
“La maldición y la bendición”
Pasaré a mencionar dos ejemplos bíblicos. Uno es “negativo”
porque no permanece en la verdad y el otro es “positivo” porque persigue la
santidad de vivir bajo Su Palabra.
El primero, el negativo, se encuentra en Oseas 4. El pueblo de Israel había
abandonado a Dios, y como consecuencia, cayó en todo tipo de pecados. Israel se
había convertido en una “esposa adúltera”, quebrantando la ley del Señor, yendo
tras los ídolos de otras naciones.
·
“Escuchad la palabra del Señor, hijos de
Israel…” (Oseas 4:1 ª). Ya en el primer versículo se señala el verdadero
problema: cuando uno deja de escuchar la Palabra de Dios, la confusión y el
caos toman lugar.
·
“…porque
Jehová contiende con los moradores de la tierra; porque no hay verdad, ni misericordia, ni conocimiento de Dios en la tierra.” (Oseas 4:1 b). En otras
palabras, el pueblo había quitado de su lugar la base, el cimiento fuerte, que
es la palabra de Dios. Sabemos que cuando el cimiento se destruye, todo el
edificio se derrumba. Asimismo, las consecuencias de haber dejado la Palabra de
Dios de lado se mencionan en los siguientes versículos: “Perjurar, mentir, matar, hurtar y adulterar prevalecen, y homicidio
tras homicidio se suceden […] Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento.” (Vv. 2ª;
6ª) El punto es que si quitamos el fundamento de las Escrituras de nuestras
vidas, podemos llegar a ser como el pueblo de Israel en tiempos de Oseas.
Además, hay otro ejemplo bíblico que muestra la “otra
cara de la moneda”. Se trata de Esdras, el escriba erudito y versado en la ley
de Dios. En Esdras 7:10 leemos: “Esdras
había preparado su corazón para inquirir en la ley de Jehová y para cumplirla,
y para enseñar en Israel sus estatutos y decretos.”
La secuencia de este versículo es preciosa. Muestra un
orden que todas deberíamos imitar. Noten que antes de enseñar la Palabra de Dios al pueblo, Esdras estableció en su
corazón la prioridad de poner en práctica
todo aquello que, mediante el estudio
diligente de las Escrituras, pudiera aprender. En resumen, Esdras fue
diligente en establecer sus prioridades espirituales. Hizo del estudio de la
Palabra de Dios su máxima prioridad, pero noten que el conocimiento estaba
ligado a la obediencia: “inquirir la ley
de Jehová para cumplirla…” (v. 10). Este
es el principio hermenéutico mayormente necesario que debemos implementar. Se
trata de estudiar para obedecer. No se trata de adquirir más conocimiento
intelectual acerca de Dios, sino un mayor conocimiento vivencial en la
presencia de Dios.
Como dijo el pastor Josías Grauman: “La
teología (el conocimiento de
Dios) debe llevarnos a la Doxología
(palabras de gloria para Dios)” (aclaraciones
agregadas).
El conocimiento
del que habla la Escritura nunca debe divorciarse de la obediencia. Conocimiento sin obediencia es vanidad. Erudición sin
adoración es presunción. Para la forma de pensar de los hebreos de los tiempos
Bíblicos, la sabiduría era la habilidad o el arte de vivir agradando a Dios. Si
no vivías lo que conocías, no servía de nada. Si no lo vivías, era porque no lo
conocías verdaderamente. La Biblia enfatiza una y otra vez que el verdadero conocimiento
de Dios nos lleva a la sabiduría, a la comprensión y a la percepción, pero con miras
de santificar nuestro comportamiento. Jesús dijo: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos.” Juan 14.15.
Por último, es necesario enfatizar que nada podremos
hacer sin depender del Señor en oración. Ninguna de nosotras podrá
ver las maravillas de la palabra de Dios prescindiendo de la ayuda sobrenatural
del Dios de la Palabra.
Como dijo el pastor John Piper:
“Si
Dios no abre nuestros ojos, no veremos las maravillas de Su palabra. Por
naturaleza, no somos capaces de ver la belleza espiritual. Cuando leemos la
Biblia sin la ayuda de Dios es como el sol brillando en la cara de un ciego. No
es que no puedas interpretar su significado superficial, pero no podrás ver la
maravilla, la belleza y la gloria de tal manera que cautive tu corazón.”
A la luz de todo lo escrito, espero que juntas podamos
orar con el salmista al Señor las siguientes palabras: “Abre mis ojos, para que vea las
maravillas de tu ley.” (Salmo 119: 18). Pidamos gracia y sabiduría al
Señor, para que podamos ser mujeres que preparan sus corazones para estudiar,
experimentar y enseñar la Palabra a otras mujeres.
Dios las sostenga en su gracia y verdad.
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